Porque cuando uno enfatiza excesivamente el hecho de que el arte que
practica no tiene el reconocimiento que se merece, en última instancia
está requiriendo de aquellos que le den atención. Es más interesante
entonces, marcar las pautas de esa diferencia de criterios,
desarrollarlas, analizarlas más que pedir el reconocimiento o quejarse
de… porque después sucede que cuando las artes marginales acceden a los
circuitos de la cultura reconocida, nada se modifica, nada cambia. Aparece un autor de historietas analizado en un suplemento cultural de
un diario, pero no modifica en nada la esencia de la producción, ni el
sistema de circulación de estos mensajes. A nosotros lo que nos define
es nuestra práctica. Uno es lo que hace.
Para los que fuimos chicos en
los años 50 (en este momento tengo 60 años) el único acceso al
entretenimiento y la aventura era por dos medios: la radio y las
revistas de historietas. Y el cine, cuando eventualmente se iba. La
historieta que nosotros leíamos era muy fuerte, novedosa y
artísticamente muy creativa. Habían 40 o 50 títulos porque era un medio
popular y comercial que daba que comer. Tenía un circuito de lectores
de centenares de miles. Todos fenómenos impensables hoy. Tuvimos la
suerte de encontrarnos con una generación de autores, guionistas y
dibujantes, excepcionales. Nos dedicábamos a leer secuencias con
dibujitos que eran absolutamente vituperadas. Hoy con la vuelta de los
equívocos de la cultura, las maestras desesperadas ante la incapacidad
de conseguir que lo jóvenes lean algo, piden que por favor lean
historietas, que lean cualquier cosa.
Un nuevo equívoco tan grave como
aquél, es suponer que la historieta tiene que ser la antesala de otras
lecturas. Es un error, la historieta es una cosa en sí, tiene sus
propios valores. La literatura es escritura, juego con la palabra, y la
historieta es otra cosa. Ni menos ni más.
Entrevistado por Carlos Reyes en ergocomics.(2006)
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