viernes, 7 de diciembre de 2007

Milton Caniff

Casi todas las series de comics que han triunfado en los Estados Unidos son fruto de un tiempo determinado, reflejo de las circunstancias y actitudes de un momento histórico. Orphan Annie reflejaba la misma preocupación por la gente desarraigada que “Las uvas de la ira” mostró en la literatura y el cine. Dick Tracy expresaba la repugnancia que el público sentía ante el gangsterismo engendrado por la Prohibición. Terry and the Pirates se hacía eco del deseo universal de buscar aventuras en lugares remotos, lejos de la rutina aburrida de la vida hogareña. Steve Canyon simbolizaba a todos los ex combatientes que trataban de encontrar un lugar en la vida civil tras la tremenda experiencia de la Segunda Guerra Mundial.

Producir una serie semejante exige que la historia tenga actualidad, lo mismo que el marco en que se desarrolla, y que el dibujante-escritor realmente tenga algo que decir. Pero, por encima de todas estas consideraciones, la serie tiene que ser entretenida.

En todo relato picaresco, la comedia no debe ser forzada, sino que ha de dejar que la magia de los personajes y de los acontecimientos surta efecto por sí sola.

En el caso de la producción para la prensa (en contraste con una historia completa publicada en una revista de comics) el pequeño encuentro cotidiano ha de incitar al lector a comprar la edición de mañana (la de hoy ya la tiene). Es como la técnica de supervivencia de Scherezade trasladada al comic. Esto resulta más fácil en los comics que dejan al lector pendiente de la intriga que en aquellos que sólo se proponen hacerle reir a diario.

Al igual que en muchas fantasías tipo Walter Mitty, mis personajes femeninos son exuberantes y preciosos. A ambos sexos les encanta ver a mujeres hermosas haciendo cualquier cosa. Se ha dicho con razón que el 95 por ciento del interés de cualquier obra de ficción se centra en lo que les sucede a los miembros femeninos del reparto.

Todavía recibo cartas de conmiseración por Raven Sherman, que fue muerta en Terry antes de Pearl Harbor.

Aunque escribo unas seis novelas al año, jamás he experimentado la aterradora sensación de quedar seco. La fórmula "chico busca chica" no varía en lo esencial, pero las posibles circunstancias son tan infinitas que el drama o la comedia puede interpretarse ante el inmenso telón de fondo de la guerra (u otros acontecimientos parecidos). “Lo que el viento se llevó”, “Guerra y Paz” y “Por quien doblan las campanas” son ejemplos de esta alianza eterna entre la realidad y la imaginación.

Yo nunca me aburro. Comparto con mis lectores el deseo insaciable de ver cómo termina todo!

(1982)

(Extractado de Historia de los Comics de editorial Toutain)

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