martes, 25 de diciembre de 2007

Jesús Blasco

Me hallaba en Francia, después de la Guerra Civil Española, en un campo de concentración para refugiados españoles. Allí, se pasaba hambre, ya que el éxodo fué masivo en el derrotado Ejército Republicano. Y pronto me las hube de ingeniar para aumentar las calorías de mi menguada y deteriorada dieta. Dibujaba dentro del campo (St. Cipryen), escenas de campo, retratos de novias, de hijos, etc., para algunos refugiados, con una punta de lápiz y en los deteriorados cartapacios que casualmente me proporcionaban mis "clientes", y así, hasta que llegó a oidos de la oficialidad francesa que nos guardaba y allí empecé a obtener alguna ganancia haciendo para los franceses lo mismo que hacía para mis compatriotas.

Recordaré siempre, el primer retrato del natural al "crayon" que le hice a la esposa de un teniente, en el casino militar donde se alojaban aquellos oficiales. La pobre señora no era agraciada, y mas bien feilla tirando a pecado y aquí, sabiendo lo que yo me ventilaba, aproveché, el lado mejor -cosa algo difícil, ¡pardiez!de mi retratada. Ni que decir tiene que realicé mi trabajo haciendo concesión a la galería, y la retratada en cuestión "quedó" con su parecido y además... ¡muy guapa!. Recuerdo que todos los mirones que habían visto el proceso de mi trabajo, se deshicieron en alabanzas y me ponderaron sin cesar. A partir de aquel momento, dispuse ya de dinero, y ni que decir tiene, de material para continuar haciendo más retratos; compraba lo que necesitaba en los carros-mercados que nos visitaban a diario a través de las alambradas del campo, y así transcurría mi vida hasta que un buen día vino a buscarme un ordenanza de un coronel francés de caballería. El soldado, me llevó hasta donde se hallaba su superior, jefe superior del campo- y este orondo oficial, me tenía preparado un caballete de acuarelista y un tablero con un magnífico papel. El francés me dijo que le gustaría mucho que lo retratara a lomos de su caballo. Y dimos comienzo a la labor, él con su impecable uniforme, lleno de pasadores para sus condecoraciones, y yo, con mis útiles de artista del retrato. Empecé pues, con muchas ganas este trabajo ya que, a juzgar por su preparación prometía "piastras abundantes" y, de tener éxito, me prometía una vida hasta cierto punto regalada. Ya a la segunda sesión, mi trabajo discurría por cauces normales y todo salía a pedir de boca, puesto que el "inmortalizado" no cesaba de cantar las excelencias de mi "obra" al término de cada sesión y en ocasiones, hacía venir a compañeros suyos y mostrarles mi trabajo, y éstos, al parecer lo encontraban bien a juzgar por sus elogios y asentimientos. Pero, la cosa se torció cuando llegué a dibujar con detalle de acabado. La cabeza del caballo que montaba el ilustre, al verla, no le gustó, por no encontrarle parecido, ya que las facciones del animal no eran las mismas a su decir. Recuerdo que rehice varias veces todos los rasgos del dichoso caballo, pero por lo visto ¡no era él! y era una lástima que yo no acertara en mi cometido. Yo, estaba al borde de la desesperación y alargaba mi labor retocando detalles y detalles superfluos, para ver si daba con la solución del condenado caballo, tanto, que al fín llegué a ver el problema insoluble, y envié mi "obra" a hacer puñetas y ya no acudí más a las citas que tenía con el militar. Pero el asunto se agravó y mi reiterado modelo me mandaba a buscar, ya que yo me escondía en alguna de las chabolas de aquel abigarrado y confuso campo de concentración... Día si, y día también, llegaba puntual el ordenanza gritando mi nombre a lo francés... ¡Blascó... Blascó! pasó luego a la megafonía del campo y yo me convertí en un proscrito más o menos, de película barata. De las llamadas, se pasó a la amenaza de castigo, y después de una corta peripecia, al monsieur lo trasladaron de destino y la vida, el sol, sonrieron para mí de nuevo.

Continué con mis encargos baratos, hasta el regreso a mi país, y ahí quedaba mi magnífico retrato concluido, pero.. ¡sin la cabeza de un caballo! Luego de mi llegada me zambullí de lleno en el delirante mundo del comic, volviendo de nuevo a la vida militar ya que mi servicio con los republicanos no había servido para nada y lo hube de repetir como la cabeza de mi caballo... Por lo visto, soy un reincidente sin cura, sin remedio...!

(1983)
(extractado de Historia de los Comics de editorial Toutain)

1 comentario:

Manuel Martínez dijo...

Este señor es para mi uno de los mejores dibujantes clásicos que ha dado este país y sin embargo, por desgracia, sigue ignorando su obra.