En Editorial Abril me pidieron una historia de la Legión Extranjera. Hasta me habían conseguido la documentación y todo. Todavía le debo tener, un libro en francés, con historias verdaderas de la Legión. Se llamaba “A moi la Legion”, que debe querer decir, traducido, algo así como "A mí la Legión". Y yo lo leí de punta a punta. Y le dije a Civita (el editor): "Pero ésta es una historia con héroes que son unos hijos de su madre, mercenarios, ladrones". Y me preguntó: "Pero, entonces, ¿no la va a hacer?". Y le dije: "NO". Es que uno lee esas historias de la Legión, como Beau Geste, y se da cuenta de otras cosas. Y uno ve a los tipos esos, peleando desde el fortín, y a los otros, los que atacan a cuerpo descubierto. El coraje que hace falta para salir a la arena y venir a atacar ese fortín... ¿Dónde se le va la simpatía a uno? La simpatía se le va con el pobre ensabanado que viene ahí a atacar.
Ernie Pike es una especie de homenaje a Ernie Pyle. Yo leí un artículo sobre Pyle que me impresionó mucho y me pareció una figura arquetípica. Incluso su muerte. Toda su vida parece escrita por un guionista. Luego leí algunas de las crónicas escritas por él. No ofrecían mayor anécdota. Eran más que nada siempre problemas humanos, el soldado pensando en su familia. Y si alguna vez contaba una acción bélica la contaba de una manera muy pedestre, desde el punto de vista de un hombre cualquiera, como uno, sin siquiera mucho conocimiento de estrategia, armamento y todo eso. Por esta razón me resultó profundamente atractivo. Y cuando leí que había sido el corresponsal más leído en Estados Unidos durante la guerra... y después el final que tuvo. Murió en Iwo Jima, ya había terminado la campaña; los vencedores estaban haciendo operaciones de limpieza. Iban varios en un jeep, un francotirador japonés disparó. Todos corrieron a tirarse en la cuneta. Cuando se levantaron y volvieron al coche vieron que uno había quedado allá; Ernie Pyle, que estaba muerto. Y así terminó. Cierra su vida y su historia en forma redonda, redonda en lo suyo, muriendo cuando terminó la guerra, de la forma más tonta.
Nunca trabajé con los dibujantes el desarrollo de un personaje. El único caso fue BRECCIA. Hubo una charla con él. Una vez, mientras comíamos, le conté que íbamos a hacer una historia con un tipo que resucitaba. Y la conversación no avanzó mucho más de eso; no podía avanzar más, porque ni yo sabía qué era Mort Cinder. Fíjense que después, con el tiempo, en la revista española "Bang!" salió una crítica a la historieta, de lo más justa, hay que anotarle un poroto al crítico, quien dice que parece que Mort Cinder se hubiera construido a base de golpes de efecto. Y tiene razón. Parecería que ese crítico sabía en qué circunstancias nació Mort Cinder. Fue en una época mía muy complicada; habían fracasado mis revistas, trabajaba en la empresa que hacía "Vea y Lea". Entonces tomé el trabajo de Mort Cinder por unos pesos, que eran pocos, escasos. Y aunque me hubieran dado la mitad lo habría hecho igual. Y empecé a construir los primeros episodios a fuerza de oficio, hilvanando una historia que fue creciendo en el momento de su construcción, al hacerla. Yo no tenía tiempo, por todos los trabajos que hacía, para detenerme una tarde a pensarla un poco. Las deficiencias, las indefiniciones de Mort Cinder, son las que luego fueron festejadas como un acierto. Pero yo mentiría si aceptara lo que son. En realidad, ese acierto, si lo es, es hijo de las circunstancias.
(del último reportaje realizado a Oesterheld, que tuvo lugar en 1973 con Guillermo Saccomanno y Carlos Trillo como entrevistadores)
(Extractado de Historia de los Comics de editorial Toutain)
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